jueves, 29 de octubre de 2009

ELENA

A Elena y Dolores con mi corazón y cariño.

Cuando llegué a la habitación procedente de la sala de observación, me sentí gratamente sorprendida al ver que ésta era sólo de dos camas, ya que las demás tenían tres y hasta cuatro.
Con un rápido vistazo recorrí la estancia, y vi que en la cama paralela a la mía, había una persona acostada. Más allá, sentada en un sillón estaba su acompañante, que me miraba con expresión anhelante y bondadosa, mientras contestaba a mi saludo.

Tras tomar una deseada ducha, entablamos la consabida conversación de hospital: qué nos ocurría, qué tiempo hacía que habíamos ingresado, de que pueblo éramos…
Supe por Dolores, la acompañante de la paciente, que hacia un mes que estaban esperando a que Elena fuese intervenida.
Yo iba de sorpresa en sorpresa, pues supe que las dos eran naturales del pueblo de mis padres, y al que me siento especialmente vinculada: Pruna, un bonito pueblo de la provincia de Sevilla.

Al rato de agradable conversación, la paciente se incorporó en la cama, y pude verla.
Era una señora de unos sesenta y cinco años; una personita menuda y tierna.
Me acerqué a ella para presentarme diciendo: “Hola, soy Ana, y usted, ¿cómo se llama?”
Con una vocecita tímida, una forzada sonrisa, y una actitud algo desconfiada, no sin antes mirar a su hermana como pidiéndole permiso, contestó escuetamente:”Elena”.
¡Qué criatura más encantadora!

Elena posee una sensibilidad especial, y la inocencia de una niña de cinco o seis años.

Comencé a contarle que conocía su pueblo, quienes eran mis familiares, que iba cada año a visitar a la Patrona, y mil cosas más.

Poco a poco fui descubriendo cómo era, y lo necesario que era para ella sentirse protegida.
Mientras yo hablaba, me miraba con actitud reservada; era lógico, no me conocía, pero a medida que los días fueron pasando, se iba acostumbrando a mi; lógico también, pues convivimos más de un mes y medio las tres en una habitación.

Llegó un momento en que recurría a mí para ciertas cosas que a continuación explico.

Aún no había descubierto el mundo de la escritura y de los colores, así que en uno de los permisos de fin de semana que se me concedían, se me ocurrió llevarle material escolar.

-“Elena, me voy hasta el domingo por la tarde”- le dije. Se quedó muy seria mirándome fijamente, pero creía que era una de mis bromas, sólo cuando me vio vestida con la ropa de calle, y le daba un beso, se dio verdadera cuenta de que hablaba en serio, y rompió a llorar.
La consolé como se consuela a una niña, diciéndole:”- No llores, que cuando vuelva, te voy a traer un regalito”.
Pero ni eso le sirvió. Sus grandes ojos se llenaron de lágrimas, que ella secaba con un pañuelo de papel.

Cuando regresé, la encontré sentada en el sillón, con las manos recogidas descansando en el regazo, la cabeza abatida, y una expresión de infinita tristeza en los ojos. De vez en cuando levantaba la vista y miraba a la ventana. Era la única distracción que teníamos, (a parte del televisor) mirar a través de la ventana a los pajarillos que se posaban en el tejado, los cuales acudían, para comer las migas de pan que les echábamos a lo largo del día. Nos divertía ver cómo se disputaban la comida entre ellos, y nos hacían reír cuando abrían sus alas para espantar a los otros, diciendo con ello:”esta miga me pertenece” así se entendía que los gorriones estuviesen regordetes y bien alimentados.

Irrumpí en la habitación haciendo todo el ruido que se puede hacer en un hospital, que es poco. Al verme, su cara cambió completamente; una gran sonrisa la iluminó, y dejó entrever sus encías carentes de dientes, y su mirada adquirió un brillo especial, achicándose sus ojos a causa de la alegría. Se abrazó a mi llorando como una niña perdida que ha encontrado a un ser querido, a la par que yo la apretaba contra mi y le decía: -“Ya estoy aquí”.
Con su voz suave y tímida, me dijo: -“Anda que no has “tardao ná”, ya no te irás otra vez, ¿no?”.
A lo que le contesté: “-No te preocupes, que aunque me den permiso, todavía faltan muchos días, mira lo que te he traído”.
La cogí de una mano, y la hice sentar junto a mi en la cama.

Había que ver con la expectación y el entusiasmo con que aguardaba a que yo le mostrase el contenido de la bolsa que llevaba, y la que no había parado de mirar desde que llegué.
Con la impaciencia de una niña que espera ver los juguetes que le han traído los Reyes Magos, ella observaba atenta (sin tocar nada) el contenido de la bolsa, que volqué sobre la cama.
-“¡Mira Elena, cuántas cosas!”
Dolores, su hermana, nos miraba y reía divertida al ver cómo yo le explicaba para qué servía cada una.

¡Qué buena es Dolores! Permaneció cuidando a su hermana todo el tiempo que estuvo ingresada, que fueron casi cuatro meses, y sigue haciéndolo, pues está bajo su tutela. Gracias a ella, a mi no se me hizo demasiado pesado el mes y medio de reclusión. La quiero mucho.

Cuando Elena vio los cuadernos de caligrafías, libros para colorear, lápices de colores, goma de borrar, y sacapuntas, que esparcí sobre la sábana, sólo acertó a decir:-“¿Todo esto es para mi? ¿Por qué has comprado tantas cosas?”.

Desde ese momento, había que decirle que parase de “estudiar”, como ella llamaba a colorear. Estaba deseando que fuese de día, desayunar y ducharse, para ponerse a “estudiar”.
Cuando la enfermera venía a tomarle la tensión y la prueba de azúcar, dejaba el lápiz por un momento, y enseguida continuaba con su tarea. Se sentaba en mitad de la cama con los pies colgando, yo le acercaba la mesita, la abría, y así pasaba toda la mañana hasta que llegaba el almuerzo, luego, había que obligarla a dormir la siesta. Ella hacía como que dormía, y de vez en cuando preguntaba:”- ¿me levanto ya?”.
Dolores decidía; a veces decía que no, a lo que ella se volvía para el otro lado y se tapaba con la sábana, a la espera de que se le diera permiso.

La enseñé cómo tenía que coger el lápiz para hacer las letras que estaban punteadas, el nombre de los colores, a sacar mina a los lápices, a borrar lo que hiciera mal, y hasta conseguí que conociese algunas vocales. También aprendió a copiar su nombre . Disfrutaba “estudiando”.
La noticia corrió como la pólvora por la planta: “¡Elena estaba escribiendo y coloreando!”
Las enfermeras iban a ver sus trabajos, colmándola de elogios, y le regalaban cuadernos de caligrafías.
Hasta el cardiólogo de la planta le obsequió una carpeta para que guardase los materiales, a la cual había puesto una etiqueta con su nombre. Continuamente me preguntaba todo:-¿Puedo pintar de este color?”
“-¿Hago los puntitos de esta letra?”
“- Ana, me he salido del dibujo ¿lo borro?”
Éstas y mil preguntas más eran las que a diario me hacía, y yo con cariño y paciencia le explicaba. Pero un día Elena tuvo que marcharse a otro hospital donde la intervendrían, pues las operaciones que necesitábamos, no las realizan en el que estábamos.
Nos dio mucha pena separarnos, pero siempre nos quedaba la esperanza de que acaso nos veríamos allí, cosa que Dolores y yo dudábamos, pues por el orden que ocupaba en la lista, en teoría, cuando a mi me llamasen, ella ya estaría en casa.
Pero no fue así, Elena tuvo algunas complicaciones, y su intervención hubo de ser pospuesta varias veces, de modo que cuando yo llegué, ya estaba en la unidad de cuidados intensivos.
Enseguida Dolores fue a visitarme y me lo comunicó.
Al día siguiente, me puse mi ropa de calle, y bajé a verla; tenía unas ganas tremendas de darle un beso.
Cuando entré en la sala y me vio, no podía creer que yo estuviese allí, se puso muy nerviosa, y como no queríamos arriesgarnos a que le subiese la tensión, ya que podía ser peligroso, tuve que salir. Dolores me iba informando de su evolución, pues mientras llegaba la hora de bajar a verla, me acompañaba.

El día que subieron a Elena a planta, la llevaron al otro ala, y yo utilicé la amistad que había entablado con el personal sanitario, para que la llevasen a mi habitación, cosa que sucedió al quedarse libre una cama, con lo cual volvíamos a estar juntas. Se puso muy contenta al ver que yo estaba también allí, eso la tranquilizaba y le daba confianza, se sentía más protegida.
Ya se encontraba mucho mejor, la verdad es que fue una paciente estupenda, pocas veces se la oía quejarse, incluso cuando le dio la bajada tan fuerte de azúcar.

Al no haber sido yo intervenida aún, me pude ocupar de cuidarla para que Dolores pudiese ir a descansar por las noches a casa de un familiar que vivía cerca del hospital.¡Pobre Dolores! tenía las piernas hinchadas, y aún no se había curado del resfriado tan fuerte que contrajo en la anterior clínica.

Aún cuando fui operada, y me encontraba dolorida, podía ocuparme de ella, aunque no como antes, pero con la ayuda de mi hermana, o el familiar de turno que estuviese conmigo, se encontraba suficientemente atendida y acompañada.

Ahora Elena ya no quería “estudiar”, a pesar de que se encontraba bien. A veces le preguntaba si le apetecía colorear, y no mostraba interés alguno, contestando con un tímido y escueto “No”.

Por fin, y después de varios intentos fallidos, a consecuencia de su diabetes, a mi “pequeña”le dieron el alta definitiva.
Se vistió con su ropa de calle, no de muy buena gana; tengo que decir que no le entusiasmaba la idea de abandonar el hospital, donde era el centro de atención del personal sanitario y demás visitantes, que la mimábamos continuamente. Albergaba la esperanza de que antes de marcharse al pueblo, la llevarían a visitar la ciudad, la sola idea de que no fuese así la contrariaba bastante, incluso en una ocasión la enfureció, y llorando me dijo que no se quería ir sin ver Sevilla. Yo le contesté que ya la vería en otra ocasión, que no estaba allí haciendo turismo.

Hace unas semanas hemos estado en Pruna, esta vez con doble cometido: visitar a la Patrona y a Elena y Dolores.
Entré por sorpresa en la casa; la expresión de su cara, era todo un poema mezcla de incredulidad y alegría. Nos abrazamos hasta cansarnos. De vez en cuando, me miraba y exclamaba un tímido“¡Oh!”, como si ello le ayudase a creer que yo estaba allí.

Cuando llegó la hora de marcharnos y despedirnos, mi pequeña amiga se quedó muy triste, igual que yo, pero estoy pensando que la próxima vez que tengamos que volver, no dejaremos pasar un año, iremos antes, y le pediré a Dolores que permita a Elena venir a conocer Sevilla.
Si, eso haré, sería una gran sorpresa para ella.

2 comentarios:

Unknown dijo...

No se puede ser mejor persona. Gracias a tí, a Elena, la estancia en el hospital le resultó más amena. tuvo la gran suerte de coincidir contigo en la misma habitación.
Yo también tengo suerte; soy tu vecina.
Muchos besos

Guardiana de la Vega dijo...

Agradezco tus elogios, pero Elena fue quien me ayudo a mi a soportar el cautiverio.
Y la que tiene suerte de ser tu vecina soy yo. La bondad es en el fondo egoísmo, al menos asi lo veo yo, conque, soy una egoista aunque suene feo. Besitos.