martes, 23 de junio de 2009

VERSOS A DON DIEGO RIVERA







Describir se me antoja
a Diego Rivera
singular personaje
de tez morena.
De un color gris oscuro,
con su eterna mascota
su blanco cabello cubre,
y su figura “toca”.

A mitad de la frente,
don Diego el sombrero cala;
es una frente amplia
que da paso a la cara.

Donde habitan arrugas,
en su faz alargada,
de expresión semidulce,
con pulcritud rasurada.

Como adorno las cejas
medianamente pobladas,
compañía de unos pliegues;
levemente arqueadas.

En redondez acaba
su nariz respetable,
aunque no desentona
el conjunto al mirarle.

Sus ojos gris ceniza
por el tiempo embebidos,
objeto de miradas,
¡Qué no habrán conocido!

Boca bien dibujada
y de muy finos trazos,
el mentón suave muestra,
un poco alargado.

Al hablar enseña
parejos dientes largos,
que con el tiempo, ya ,
ha teñido el tabaco.

Sendas orejas a don Diego
el rostro adornan,
más aunque no pequeñas,
no sirven de sorna.

En un traje enfundado
siempre su cuerpo;
de complexión ancha,
ni gordo, ni seco.

Sus alargadas manos
portan una cartera,
que ya bastante ajada,
es su eterna compañera.

Con asas y de cuero,
casi como él de vieja,
dos hebillas por fuera
la tapa cierran.

De andar algo cansino
don Diego camina
casi erguido aún,
con gallardía.

Taciturno y esquivo
dirige sus pasos
por las calles del barrio,
hacia el mercado.

Ora el pescado merca,
ora la carne observa,
luego compra verdura
que guarda en la maleta
con el pan y la fruta.

Realizada la compra
torna en sus pasos,
más aún se detiene
a adquirir el periódico
y luego cigarros.

Sombra de bizarría,
era entonces don Diego,
militar retirado
como yo lo recuerdo.



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